lunes, abril 13, 2009

III

La noche comenzaba apenas, el loft de tamaño normal, sencillo, amplio y con grandes ventanales que permitían apreciar el mar, conservaba la frescura que durante la tarde había arrojado ese día de otoño, mismo que arrancó a Fernanda un escalofrío al encender la luz. Antes de dar un par de pasos dentro, encendió la calefacción moderadamente, quitó sus zapatos y les acomodó en un pequeño espacio en la pared izquierda que había adaptado de manera sencilla y práctica, para consecuentar ese hábito tan antiguo de quitarse los zapatos a la entrada a casa. Sonrió recordando aquellos días y rectificó con una mirada rápida que todo lo suyo estuviera en orden. Poco había en ese espacio tan suyo, Fernanda prefería la amplitud, elegancia y sencillez que un recoveco minado de mobiliario inservible.

Se acercó al extremo que había dispuesto como biblioteca, una alta pared tapizada de libros cubiertos -algunos- por una detallada escalera movediza y un diván al pie que le daban un toque exquisito y muy acogedor. Al instante en el que encendía una luz tenue, un olor le transportó a un lugar que le arrancó un suspiro. Permaneció un segundo en el recuerdo y parpadeó lentamente. Arrojó lo suyo ya fastidiada de cargarle, en el diván, y fue hacia el centro del loft, donde un discreto desnivel dando lugar a una estructura simple y redonda advertía el área de la cocina, sitio no muy frecuentado por Fernanda a quien cocinar le quitaba el apetito. Dejó sobre la barra la caja de rosquillas y tomó una copa, la llenó de un vino exquisito y vaciando en el contenido una dulce cereza probó su combinación.

La noche tranquila y reflexiva, permitía a Fernanda reconocer sus pasos al caminar sobre la madera fina y bien pulida que crujía al compás de los mismos... sentía sus piernas sostenerle. Fue al extremo del loft donde se ubicaba la sala y las plantas de sus pies experimentaron un confort sutil al situarse sobre un gran tapete de piel de zebra. Deslizó en un movimiento vertical de arriba hacia abajo, su dedo anular frente al cristal que cubría el láser para tocar compactos y cerciorándose que estaba su favorito, la música dio vida a esa gran morada. Adoraba esos momentos de quietud en los que podía repasar una y otra vez todo el conjunto de detalles que conformaban su contexto y por qué no, a veces su personalidad.

Sin temerle a lo fresco que los grandes ventanales advertían, Fernanda salió al balcón luego de encender la chimenea y bebiendo un trago de vino se acomodó sobre un sofá que se columpiaba de manera discreta y pendía del techo. Gozaba escuchar el reclamo de las olas al golpear sobre la arena que insistía en no dejarles pasar más allá del límite permitido. La neblina había cedido y Fernanda adoraba ver el reflejo de la luna sobre la superficie del agua, sentir cómo el viento rozaba su piel y delicadamente se metía entre su cabello acariciándolo.

*Mónica Ramírez Cano

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