martes, abril 14, 2009

IV

No era extraño que esos momentos de introspección le arrancaran una lágrima... Durante el trayecto de ésta, Fernanda reconocía que a veces la sociedad, aunque estúpida e incapaz de comprender la necesidad innata de todo ser humano por la verdadera y auténtica compañía de algún otro -con todo lo que ello implicaba- no le fallaba constantemente. Era ella misma quien insistía en creer que sus exigencias eran naturales y nada exageradas, para asi confirmar la idea que había generado su adolescencia acerca de la inexistencia del amor, acerca de su simpleza y ficción pura cuando de pareja se trataba, y que había reforzado sin duda el episodio más importante de su vida años después... Notaba incluso, que un par de veces había sido ella quien había provocado sus fracasos amorosos insistiendo en un “lo ven”, “lo sabía”... y no había otra cosa que doliera más que reconocer que la lucha que se entablaba entre emociones, necesidades y realidades, era con ella misma. No existía en la vida de Fernanda enemigo más cruel y tenaz que ella misma... y la derrota que acababa por sentir durante momentos como ese, era el resultado del duelo interno al que sometía sus emociones y sentimientos. El alivio posterior, era tarea sin duda de la cómoda justificación que le proveía su profesión: ¨nadie estará nunca a salvo cerca de mi¨ pensaba, y la simple idea de que la desgracia en venganza contra ella alcanzara a los suyos como había sucedido ya, era pretexto suficiente para un duelo obligado y la vida solitaria a la que inherentemente resultaba éste ligado.

Ir al lugar de los ¨momentos importantes¨ jamás proporcionaba un camino de fácil acceso y menos para una persona como Fernanda, ese lugar albergaba un episodio que representaba prácticamente la única evidencia capaz de recordarle su condición humana –detalle que olvidaba muy a menudo-. Fernanda era una mujer con suerte, así la describían sus allegados. Una mujer fuerte, misteriosa, reservada, solitaria y expresiva, muy cariñosa y a la vez distante y fría y para esos momentos de introspección, un sorbo de buen vino era lo preciso para el escape perfecto. La copa de vino se había vaciado un poco más de la mitad en un intento por huir de esa escena, a la que por imposible que pareciera estaba ligada su carrera de éxito, carrera que le extendía la vida como un regalo de dioses, como único tapete ancho e interminable donde posar cada paso por avanzar. Fernanda era una mujer decidida y firme, ya no había marcha atrás y por ninguna razón se detendría.

Logrado el cometido en un trago, la cereza que Fernanda había colocado dentro del cristal se peleaba con su lengua por entrar por fin en su garganta y ser procesada como todo alimento; Fernanda rió y de una mordida la encerró bajo su paladar. Su destino estaba ya descrito. A la par, Fernanda decidió dejar de pensar, abandonar el sonido exquisito del mar, verificar que la calefacción estuviera apagada y echar un vistazo a la chimenea. El fuego era uno de sus dos elementos favoritos.

La temperatura oscilaba entre los 13 y 15 grados centígrados, no hacía frío del todo pero el fresco que apenas se sentía a través del viento, advertía que probablemente la madrugada arrojaría nortes, los grandes ventanales del piso no perdonaban esas temperaturas y habia que hacer algo al respecto, Fernanda peleaba ante todo y siempre, comodidad. Frente a la chimenea, el fuego la introdujo en un estado hipnótico al que parecía resistirse. Escenas de ese agitado episodio en su pasado del que siempre trataba de huir, comenzaron a aparecer al compás de las llamas y su respiración acompañaba el incremento de la intensidad del recuerdo. Su vida era ¨normal¨ como la de cualquier otra persona que había nacido con la fortaleza para luchar por sus ideales, una estrella que garantizaba un camino iluminado, una estrella que le daba brillo propio aunque a veces éste fuese altamente deslumbrante aún para ella misma. Ante este escenario, Fernanda, recordaba haber tocado el límite del desliz, y su descuido le había costado la incapacidad de evitar el sentimiento crónico de responsabilidad por lo ocurrido. Súbitamente salió de ese estado y decidió que era momento para ducharse.

Encendió las llaves de la bañera y un par de velas al costado. Observó detenidamente cómo caía el agua. Vació un poco de sales y polvos espumosos y poco a poco comenzó a desvestirse. Antes de meterse dentro fue por la botella de vino y luego de colocarla allí, bien al alcance mojó por fin su piel -no sin antes robarse una trufa que yacía a la espera de ser seleccionada en un platillo de diversos chocolates, antojo que caracterizaba a Fernanda por excelencia.

*Mónica Ramírez Cano

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